Es de sentido común señalar que los monumentos instalados en el espacio público tienen una significación originaria que aspira a fijar una memoria colectiva, memoria que normalmente responde al contexto político-cultural de los tiempos que le dan vida. Del latín recordar. Re (de nuevo) y cordis (corazón): volver a pasar por el corazón.
Por esto mismo, son pocos los monumentos erigidos en el espacio público que resisten el paso del tiempo sin perder su significación originaria. En efecto, cambiados los contextos político-culturales y, diríamos hasta con mayor fuerza, modificados los contextos urbanos en que están instalados, el uso de suelo cultural en que se erigen, asumen otros y nuevos contenidos simbólicos que el tiempo y los avatares político-culturales les va dando.
Así las cosas, el monumento a Baquedano no tiene ya que ver con el recordar las habilidades guerreras o los servicios prestados por el general en la represión de los pueblos originarios. En las antípodas, el monumento ha sido una pieza señera del espacio urbano donde se reúnen las gentes a celebrar, a conmemorar, a vocear colectivamente. Una especie de ágora helénico o de foro romano, donde recordar reconstruye su estado originario y general: volver a pasar por el corazón.
Hoy en día, tenemos un dato de la causa, o de la historia o del azar, que ha hecho que el monumento ecuestre hoy ya no esté donde estuvo. Nadie lo planificó así pero volverlo a instalar abre una discusión sobre la pertinencia cultural, histórica, de reinstalarlo, tal vez con justicia restaurada pero sin corazón. Tal vez una ubicación respetuosa y oportuna sea el Museo Histórico y Militar de Chile, adecuado a su memoria.
Queda el plinto, corpulento, sugestivo, con su silencio lleno de ecos. Es difícil pasar por allí sin que esa pequeña mole alguna memoria traiga al ciudadano de hoy: cánticos, banderas negras, blancas, multicolores, verdes, rojas, pero por sobretodo banderas chilenas.
Se trata, paradojalmente, de un plinto que se convirtió en escultura, sostenido por el estruendoso silencio que prolonga la memoria y la hace volver a pasar por el corazón.
Que el plinto nos sobreviva.
Autor: Eugenio Llona Mouat
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