Por José de Nordenflycht.
Los idearios jurídico-céntricos en los asuntos del patrimonio solo terminan poniendo precio al valor. Ahí están los falsos conflictos que se adelantan en contraponer el interés de los que le dan al suelo un precio de mercado, por encima de cualquier cosa que esté sobre él.
Vieja historia.
Arriba del caballo siempre hay un condotiero. Debajo de él siempre sus muertos. Y en este caso no es la excepción. Soldado desconocido mediante. El monumento perfecto siempre es un cenotafio.
Otra vieja historia.
El poder, físico o metafísico, de una imagen es su verdadero problema cultural. Porque ya sabemos eso de que el poder corrompe, al que no lo tiene. Imagen corrupta entonces es la que se resignifica. Por aquellos que disputan su poder.
Más vieja aún, la historia.
Toda iconodulía -culto a la imagen- se levanta para conjurar la amenaza de la iconoclasia que vendrá tras ella. Y lo que hemos testimoniado recientemente, es un ciclo recurrente. Administrar sus efectos y mitigar su pérdida, no es otra cosa que llegar tarde al futuro de esa historia.
El hilo negro no podría ser más viejo.
Entonces si enunciamos futuro, decimos horizonte de expectación, ilusión de control y dominio de la posteridad. Ahí es donde la parte por el todo retorna como el plinto que da lugar al valor de haber sostenido su atributo.
Porque si el plinto es a la escultura lo que el marco a la pintura, o sea el límite entre ficción y realidad, será que ya es tiempo de intervenir esa zona de tránsito, membrana temporal de un espacio continuo, porque es lugar común al que le raptamos el sentido.
Y eso no es viejo, es antiguo. Así como lo joven nunca es nuevo. Porque el patrimonio siempre será una relación de futuro entre sujetos y objetos. Como los cuerpos congregados en una plaza.
Imagen: Mara Santibáñez. “Plaza”. Óleo sobre tela. 33x22x3 cm
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